BENIDORM Y EL INTERIOR DE ALICANTE //

Almaceno aquí algunas reflexiones rápidas sobre una estancia de casi dos semanas de diciembre en Benidorm, aunque condicionadas por el paso de una borrasca que barrió el Mediterráneo español con violencia. Vaya, además, por delante que mi perspectiva de la zona es la del descubridor advenedizo que se enfrenta por primera vez a puertos que no conoce enmarcados por un paisaje y una meteorología exóticas. Y es que la red de carreteras me ha parecido algo intrincada, sin una matriz clara que me permita asociar los trazos a valles, pasos, zonas distintas… Pero claro, estoy tan condicionado por el desconocimiento. Solo en los últimos días, cuando ya había recorrido unos cientos de kilómetros, se produjo ese momento mágico en el que uno empieza a comprender el territorio, cuando llegas a un cruce y eres capaz de componer rutas alternativas sobre la marcha. Es como una sinapsis mastodóntica en la que conectas dos puntos a los que habías llegado por distintos caminos.

Mi conocimiento ciclista de las rutas alicantinas se basaba en una estancia anterior en la Marina de Elche. Y el recuerdo que tengo de aquellas rutas -no tengo grabaciones en vídeo- es que había que esforzarse por encontrar ascensiones dignas de merecer una altimetría. En aquella parte, en los alrededores de Elche, uno puede componer rutas llanas y solo si se adentra más al interior huye de la planicie. En la zona de Benidorm, por contra, no hay dicha planicie, y no hay carreteras llanas al margen de las estrictamente costeras, colonizadas por los automovilistas.

Que no parezca una queja, o que me arrepiento de haber elegido Benidorm como base de acción. Para nada. Pero hay que tener en cuenta que el recorrido es más para desarrollo compact que para llantas de perfil. Hacia la zona de Denia se adivinaba un terreno más extenso entre el mar y la montaña. Habrá que comprobarlo.